martes, 10 de enero de 2017

Recordando a David Bowie

David Bowie - Lazarus

Estas son las palabras que en ese momento no me salían. Tuvo que pasar un año para poder decir con relativa coherencia lo que entonces no pude. Llevo un año de incredulidad. Un año desde que se apagó la luz más brillante de todas.

Recuerdo que era muy temprano, poco después de las 5 de la mañana. Me enteré ni bien desperté. Por supuesto, no lo creí. Era una noticia falsa, una alucinación de mi somnolencia, seguro. Imposible. Pero pasaron las horas y más y más medios repetían la contundente noticia: nos dejó David Bowie.

No me quedó más remedio que asimilar la voz de la mayoría. Repetí también yo la noticia, como creyéndola, pero sin creerla realmente. Todavía no la creo. No puede morir alguien sin quien el mundo como lo conocemos no existiría. ¿Tanta influencia, esfumada para siempre? No, no, no. Por supuesto que no.

Tanta influencia, realmente: no hay uno solo de mis artistas favoritos, sea cual sea el género, que no haya sido inspirado por él, que no le deba el inmenso respeto que se merece, que no lo idolatre. Todos se deben a Bowie y yo, debida a ellos, me termino debiendo a él también, lógicamente.

Me llegaron a preguntar por esos días cómo es que podía afectarme tanto la partida de alguien que no era cercano a mí. ¡Sí que se equivocaron! He sufrido mucho menos por la muerte de personas a las que conocí en carne y hueso, sin duda, y no me parece algo de lo que tenga que avergonzarme. En la eterna incomprensión adolescente, en el solitario hermetismo de la juventud, esos artistas “lejanos a mí” estuvieron más cerca que mucha gente de mi alrededor y me hicieron sentir contenida, entendida, menos extraña. Lejanos, nada.

Y va por ahí tal vez el vacío que me dejó saber que nuestro Bowie, nuestra mayor imposibilidad, ya no estaría. Entre mis artistas favoritos, hay muchos otros antes que él, es verdad, pero todos de una manera u otra lo veneran. Su muerte fue el baldazo de agua fría que me hizo notar por primera vez en la vida una cuestión que había venido negando siempre: que, pese a todo, ellos también son humanos y, como tales, les llegará un día el momento de apagarse.

Pero Bowie no, él no, de él no me lo creo. Él no es mortal, ni siquiera es humano. Es un alienígena, una forma de vida distinta. ¿Cuáles eran las probabilidades de que un humano como él existiera? No las había. Su presencia en la Tierra fue un misterio inexplicable. Lo más probable es que haya vuelto a su planeta de origen.


Podría recordarlo con cualquier álbum de cualquier década de su discografía, porque todos han sido icónicos. Pero Blackstar, nada sabíamos nosotros, fue el colchón que él nos estaba preparando para que no nos fuera tan dura la caída. Descubrimos después, tarde ya, que esa obra imponente fue hecha con amor, pero en los dolores de la enfermedad. Con el video de “Lazarus”, nos avisó tres días antes de irse que, cual Lázaro, reviviría, que volvería tal vez como la estrella fugaz que fue. Porque me niego a aceptar que solo mi tristeza sea la que vuelve, intacta. Porque el fuego de esa estrella negra nos sigue dando calor. Por todo eso, aún no pienso creer que no está.

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