viernes, 6 de julio de 2012

La oscuridad de las divas del pop (I)


En primer lugar, por si no lo sospechaban, yo escucho pop. Inclusive, a veces, hasta ese pop más comercial y despreciable por muchos. Me hago cargo.

Entre todo ese pop, hay una ola de «divas» que, si bien pueden tener estilos algo diferentes una de otra, son también bastante relacionables. Desde las consagradas Cher o Madonna hasta las más recientes Britney Spears o Katy Perry, estas divas pueden ser unidas por una línea imaginaria bajo algún criterio misterioso.

Si bien muchas de sus canciones fueron creadas con la intención de que se peguen a la mayor cantidad de personas posibles, existen algunas que se me han quedado por el momento que vivía mientras más sonaban a mi alrededor y que, al volverlas a escuchar ahora, no me traen alegría, sino que me recuerdan a esa época tenebrosa.

Primero, Lady Gaga.

Ella fue quien restauró la paz entre el pop ultracomercial y yo. En abril de 2010, sale el video de su canción Alejandro. Todos mis amigos hablaban de él y coreaban la canción como poseídos, así que decidí verlo. Fueron ocho minutos que, para bien o para mal, sigo recordando. Y la letra pegada a mi mente por meses enteros. En aquellos días yo comenzaba la rutina de deambular de noche, llegar muy tarde a casa y otras cosas poco saludables. Semanas más adelante, en total paz con Lady Gaga, llegó a mis oídos un tema un poco anterior, Bad Romance. En ese momento no me causó ninguna impresión peculiar, pero cada vez lo asocio más con algo a lo que me aferraba en ese entonces: una relación destructiva, complicada, la cual me hacía daño en miles de aspectos, pero que yo mantenía y hacía crecer de todas maneras. Sí, andá y decí por ahí que me identifiqué con una canción de Lady Gaga. ¿Qué importa?




Seguimos con Ke$ha

Realmente no la conozco mucho, pero su éxito Tik Tok, que habla básicamente de ir de fiesta sin parar, además de claras alusiones al alcohol en el video, me recuerda también a aquellos fines de semana en que iba con apenas más dinero que mi entrada a la disco a emborracharme con bebidas compradas por otros (amigos o extraños), ceder ante las insistencias de cualquier chica que se me acercara porque el alcohol no me permitía rechazarlas y bailar torpemente hasta más o menos las seis de la mañana, hora a la que volvían a pasar los buses que me traían hasta casa. Eran mis primeros encuentros, bastante frenéticos, con lugares de ambiente LGBT. Ahora me alivia un poco saber que ya no volvería a tener noches así, aunque admito que extraño esa predisposición para salir sin ponerme tantas excusas.



Y Kylie Minogue

Un poco anacrónica en todo este contexto, porque es una canción del 2001 que yo escuchaba en el 2010. Era una época de tres horas de sueño por noche, nueve de trabajo, casi cuatro de viajar en colectivo e inestabilidad emocional el resto del tiempo. De algún modo sobreviví, y esta era una de las canciones que solía oír en medio de todo el desorden, sin prestarle demasiada atención, solo para hacer pasar el tiempo. Fue un momento en que creí que podía hacer de todo, y lo hacía, pero todo mal. Hoy sigo intentando solucionar algunas consecuencias de esa avalancha de fracasos. Si bien me muevo al ritmo de In Your Eyes, en el fondo estoy pensando en esa época que fue tan desastrosa para mí.


Recuerdo que, un par de años antes de todo esto, en una clase de matemática, el profesor había hecho una mención a cierto autor de bestsellers que no quiero mencionar. Una de mis compañeras no pudo contener las ganas de burlarse, a lo cual el profesor le respondió una observación muy interesante: que la manera en que un libro "te llega" también tiene mucho que ver con el momento que estés viviendo cuando lo apreciás.

Honestamente, la manera en que el profesor propuso esto no fue muy convincente, pero tras notar todos estos dramas que esconde el pop que yo escucho, le doy la razón. Como crítica amateur, sé que las realidades personales no tienen que influir en la valoración de una obra de arte, pero me llama la atención ver cómo mi mente transforma algo cuyo objetivo inicial era alegrar, en algo sombrío. Quizás invento atmósferas trágicas para hechos insignificantes de mi vida, o quizás, cada vez que alguien escuche canciones que aparentemente no debería estar escuchando, puede haber un trasfondo inimaginable detrás de todo eso.