El
mismo día en que cumplí siete años trabajando para una empresa del
rubro financiero, renuncié. Fue mi primer y único trabajo, mi única
experiencia en empresas, mi puerta a la realidad adulta una vez que
terminé el colegio.
Por
cosas de la vida, me surgió una oportunidad de trabajar en la
docencia. Hice un reemplazo en un colegio donde enseñaba una amiga
en segundo grado (niños de 7-8 años). Esta amiga presentó su renuncia y, como al colegio le gustó mi perfil,
me terminaron llamando para ocupar su lugar. Me precisaban
urgentemente porque no querían dejar al grupo sin docente. Lo pensé
muchísimo, porque era irme por menos dinero (que no es que yo sea
codiciosa ni nada, es que realmente no me cerraban los números), y
al principio dije que no. Pero, ese mismo día, la idea me comió la
cabeza toda la tarde y no pude sacármela de la mente. Finalmente, a
la noche, confirmé que aceptaba.
Inevitable
es emocionarse por dar un paso tan radical de salir del mundo
financiero y dedicarse a enseñar. Por un lado, es maravilloso saber
que estoy comenzando finalmente a hacer lo que me gusta. Por otro
lado, es inevitable no sentir afecto y apego por el lugar donde
trabajé tantos años, todo lo que aprendí, su cultura y su gente.
Como fue todo muy repentino, acordé con la empresa que cumpliría
mi preaviso por las tardes, de modo a dejar todo listo para que mi
reemplazo pudiera asumir mis tareas. Lo único que puedo decir es que
fue un mes agotador.
El
viernes pasado fue mi último día de preaviso con la empresa. En el
mes que pasó, acumulé muchísimas lecciones e historias raras. Es
un momento donde no estoy dejando de aprender ni un segundo, y sé
que es solo el comienzo de mucho más aprendizaje. Por el momento,
por estar todavía frescas, quiero anotar algunas de las historias
que pasaron por este cuerpo mío durante el último mes.
Los niños no son tan extraños
Por
supuesto, fue mi primera experiencia con criaturas. Decir
que estaba aterrada es poco. Tenía un pavor inconmensurable por
todo. Miedo de que no me entendieran. Miedo de no entenderlos. Miedo
de no poder poner los ojos encima de los 25 al mismo tiempo y que
alguno se me escapara. Miedo de que se comportaran mal. Miedo de que
alguno de sus padres se quejara de mí por algo. Miedo de que no me
gustara el trabajo.
Para
mí eran, al principio, seres extraterrestres a quienes no sabía
cómo acercarme. Pero estaba exagerando mucho, como siempre exagero
con todo. La verdad es que me sorprendieron gratamente. Son
brillantes, muy estimulados y con muchas ganas de aprender. Fue
cuestión de días para encariñarnos y formar un vínculo.
El
ego infantil
Por
el nivel de maduración en el que están a su edad, es muy normal que
los niños actúen como si fueran el centro del universo. Esto no es
con mala intención y no es consciente. Es como venimos programados
al nacer: exigimos atención de los adultos y los adultos nos la dan
en forma de comida, higiene, afecto y educación, porque la
necesitamos para crecer y desarrollarnos.
Sabiendo
esto, debo decir que un salón con 25 almas que comparten esta misma
característica te puede dejar exhausta. Les cuesta mucho aguardar su
turno, entender que no puedo hablar con varias personas al mismo
tiempo, y les frustra cuando no
les respondo de inmediato. Es un proceso que va a llevar mucho
tiempo, pero están empezando a comprender. Lo que me reconforta de
esto es que, si se acercan así a mí, es porque me tienen confianza
y les hago sentir escuchados. Supongo que con la práctica voy a
aprender a regular mejor los momentos sin agotar toda mi energía en
el intento.
Soy
verdaderamente apasionada
No
debería ser novedad, por todas las estupideces que ya hice movida
por la pasión, pero supongo que hacía un buen tiempo que no sentía
pasión por algo. Si me dejan, puedo hasta ser ridícula. Me
sorprendí mucho de verme a mí misma en una situación de tener
ganas de hacer cosas “para niños” y que me guste.
Ya hice
unas cuantas cosas que, si me hubieran preguntado un par de meses atrás, habría dicho que eran imposibles: ya me vestí de amarillo y canté
canciones de hinchada en un evento deportivo, ya escribí un cuento infantil porque los cuentos que encontraba no tenían lo que yo necesitaba
mostrar a mis alumnos, ya salté a la cuerda, ya conseguí una
brújula porque me pareció que con ver un dibujito no les iba a
servir de nada, ya me disfracé para leer cuentos.
Sobre
este último punto, declaro que no pienso dejar de hacer eso nunca,
tenga la edad que tenga mi público. Todo empezó con un cuento sobre
una bruja. Como, por suerte, es un colegio donde me permiten expresar
mi personalidad libremente -y mi personalidad incluye un gusto por
las brujas- decidí amenizar un poco. Y fue genial. Ahora el sombrero
de bruja es un compañero más de la clase y lo usa la persona que
está en uso de la palabra cuando tenemos conversaciones grupales.
Favoritismo
Lo
siento mucho. Yo sé que todos idealizamos al buen docente como un
ser imparcial que trata a todos por igual. Y así es. Así debe ser.
Pero ninguno está hecho de piedra. A veces, en un grupo, hay alumnos
que te conquistan con su personalidad y su ingenio y que se ganan un
lugar especial en tu corazón. Eso no quiere decir que los vayamos a
tratar de forma especial, sino que, simplemente, nos llaman la atención.
Y
por supuesto que yo voy a hacer un lugar especial en mi corazón para
algunos. Pasión, ¿recuerdan? Bueno, desde el primer día me
llamaron mucho la atención unos hermanos (una niña y un niño,
mellizos, ambos alumnos míos), por todo: su forma tan correcta de
hablar, su vocabulario tan amplio para su edad, sus modales, su
cultura general, su buen carácter, sus hábitos de higiene y su
alimentación saludable. Al principio no los elogié a ellos, sino a
sus padres, porque era evidente el buen trabajo que estaban haciendo.
Pero, pasados unos días, me fueron mostrando su personalidad y vi
que, si bien hay un buen trabajo de los padres, ellos son seres
autónomos. Debo decir que, con el tiempo, desarrollé cierto apego
por la niña, protagonista de anécdotas como la siguiente:
Actualización: tiene siete años.
La
brecha generacional a veces no existe
Una
cosa que me parece maravillosa es que justo esto haya sucedido en
pleno auge de Pokémon GO. Si bien la mayoría de mis alumnos no
juegan, tienen o hermanos mayores o padres que sí. Y, por alguna
razón, están todos muy entusiasmados con el asunto. Eso ayudó
muchísimo a tener tema de conversación y me hizo estudiar un poco
de las más recientes generaciones de Pokémon, de las que ya no
sabía nada.
Un día,
un alumno me muestra un juguetito de Pikachu y me pregunta si sabía
cómo se llamaba. Hice un esfuerzo interestelar para no responderle:
“Pikillo, ese nio es de MI época. Hace 15 años mínimo que quiero
ser Profesora Pokémon. ¿Vos cuándo empezaste a jugar, ayer? HE?
HE? EJÚPY”. Pero me contuve y fue un muy lindo momento de conexión
y de intereses en común.
Con
esto y con las películas de animación, se confirma que las cosas
“infantiles” no nos dejan de gustar nunca y que solo las reprimimos
por hipócritas. Este trabajo me da la oportunidad de no tener que
reprimir estos gustos jamás y, encima, que me sea útil.
Espiritu
pyrague
Esto
sí es algo muy feo. Algo que me saca de quicio todos los días y no
sé todavía cómo encarar. Los niños tienen un profundo espíritu
pyrague. Adoran chismosearme
todo lo que los demás estaban haciendo cuando yo no los estaba
mirando. “Profe, Fulanito le dijo ‘fea’ a Menganita”, “Profe,
Menganita le dijo a Fulanito que se calle”. Noté que ellos creen
que, por ser soplones, son mejores alumnos y que yo les voy a
agradecer. Y habrá, quizás, adultos que les hacen sentir eso, pero
a mí me molesta demasiado.
Sobre
esta situación, tengo dos metas:
1.
Intentar que sean menos soplones porque creo
que genera más resentimientos que soluciones reales a los problemas.
2.
Hacer un estudio psicológico y antropológico de si esta actitud se debe a la edad o si es más bien fruto de la crianza en una
cultura pyrague.
Mi imagen alterada
Una
cosa que no me agrada tanto es la obligatoriedad del maquillaje. Ya
saben que pienso que los lugares de trabajo deberían enfocarse más
en la capacidad que en la pinta, y que, de hecho, la diversidad de
aspectos físicos es muy buena para educarnos a todos en respeto y
tolerancia.
Sin
embargo, tampoco me molesta tanto como habría pensado que me
molestaría. Supongo que es porque son menos horas de trabajo por día
y eso me hace menos resentida. Estoy aprendiendo a hacer un cat
eye no tan torcido y probando
distintos tonos de labiales rosados y anaranjados (porque el rojo es
mi color de salida nocturna, y soy un poco pesada con separar ciertos
aspectos de mi personalidad que no quiero llevar al trabajo). Después
de varios años de andar a cara lavada porque no hay tiempo, ahora me
anda pareciendo no tan desagradable maquillarme.
En
cuanto a los alumnos, no tienen en general problemas con mi aspecto,
hasta que dibujan. Aparentemente, hay un detalle que les molesta: mi
pelo corto. En todos los dibujos, siempre me hacen con cabello largo.
Puede ser que no tengan práctica de dibujar damas de otra manera,
pero también puede ser que me dibujen como ellos quieren verme.
Sospecho de lo segundo porque en un par de ocasiones ya me
preguntaron si llegué o no a tener alguna vez el pelo largo y por
qué me lo corté.
Soy la de la izquierda
Soy la de la derecha
Mi
legado es innegable
Sí, me
toca enseñar todas las materias básicas del ciclo: Comunicación,
Matemática, Guaraní, Vida Social y Medio Natural. Pero como soy una
fiel hija de Letras, no puedo conmigo.
¿Que
toca hablar de la decena de mil? Cuento. ¿Separación de residuos?
Cuento. ¿Planos y mapas? Cuento. ¿Pronunciación de digramas?
Cuento, pero en guaraní. Si algo van a hacer mucho conmigo, es leer.
Seguro habrá más anécdotas e impresiones, millones más. No sé si valdrá la pena anotar y compartir cada una de ellas, pero estas, las primeras, me parecen muy importantes y entrañables, así que aquí quedan.