domingo, 4 de septiembre de 2016

Anécdotas: Mes 1


El mismo día en que cumplí siete años trabajando para una empresa del rubro financiero, renuncié. Fue mi primer y único trabajo, mi única experiencia en empresas, mi puerta a la realidad adulta una vez que terminé el colegio.

Por cosas de la vida, me surgió una oportunidad de trabajar en la docencia. Hice un reemplazo en un colegio donde enseñaba una amiga en segundo grado (niños de 7-8 años). Esta amiga presentó su renuncia y, como al colegio le gustó mi perfil, me terminaron llamando para ocupar su lugar. Me precisaban urgentemente porque no querían dejar al grupo sin docente. Lo pensé muchísimo, porque era irme por menos dinero (que no es que yo sea codiciosa ni nada, es que realmente no me cerraban los números), y al principio dije que no. Pero, ese mismo día, la idea me comió la cabeza toda la tarde y no pude sacármela de la mente. Finalmente, a la noche, confirmé que aceptaba.

Inevitable es emocionarse por dar un paso tan radical de salir del mundo financiero y dedicarse a enseñar. Por un lado, es maravilloso saber que estoy comenzando finalmente a hacer lo que me gusta. Por otro lado, es inevitable no sentir afecto y apego por el lugar donde trabajé tantos años, todo lo que aprendí, su cultura y su gente. Como fue todo muy repentino, acordé con la empresa que cumpliría mi preaviso por las tardes, de modo a dejar todo listo para que mi reemplazo pudiera asumir mis tareas. Lo único que puedo decir es que fue un mes agotador.

El viernes pasado fue mi último día de preaviso con la empresa. En el mes que pasó, acumulé muchísimas lecciones e historias raras. Es un momento donde no estoy dejando de aprender ni un segundo, y sé que es solo el comienzo de mucho más aprendizaje. Por el momento, por estar todavía frescas, quiero anotar algunas de las historias que pasaron por este cuerpo mío durante el último mes.


Los niños no son tan extraños
Por supuesto, fue mi primera experiencia con criaturas. Decir que estaba aterrada es poco. Tenía un pavor inconmensurable por todo. Miedo de que no me entendieran. Miedo de no entenderlos. Miedo de no poder poner los ojos encima de los 25 al mismo tiempo y que alguno se me escapara. Miedo de que se comportaran mal. Miedo de que alguno de sus padres se quejara de mí por algo. Miedo de que no me gustara el trabajo.

Para mí eran, al principio, seres extraterrestres a quienes no sabía cómo acercarme. Pero estaba exagerando mucho, como siempre exagero con todo. La verdad es que me sorprendieron gratamente. Son brillantes, muy estimulados y con muchas ganas de aprender. Fue cuestión de días para encariñarnos y formar un vínculo.


El ego infantil
Por el nivel de maduración en el que están a su edad, es muy normal que los niños actúen como si fueran el centro del universo. Esto no es con mala intención y no es consciente. Es como venimos programados al nacer: exigimos atención de los adultos y los adultos nos la dan en forma de comida, higiene, afecto y educación, porque la necesitamos para crecer y desarrollarnos.

Sabiendo esto, debo decir que un salón con 25 almas que comparten esta misma característica te puede dejar exhausta. Les cuesta mucho aguardar su turno, entender que no puedo hablar con varias personas al mismo tiempo, y les frustra cuando no les respondo de inmediato. Es un proceso que va a llevar mucho tiempo, pero están empezando a comprender. Lo que me reconforta de esto es que, si se acercan así a mí, es porque me tienen confianza y les hago sentir escuchados. Supongo que con la práctica voy a aprender a regular mejor los momentos sin agotar toda mi energía en el intento.


Soy verdaderamente apasionada
No debería ser novedad, por todas las estupideces que ya hice movida por la pasión, pero supongo que hacía un buen tiempo que no sentía pasión por algo. Si me dejan, puedo hasta ser ridícula. Me sorprendí mucho de verme a mí misma en una situación de tener ganas de hacer cosas “para niños” y que me guste.

Ya hice unas cuantas cosas que, si me hubieran preguntado un par de meses atrás, habría dicho que eran imposibles: ya me vestí de amarillo y canté canciones de hinchada en un evento deportivo, ya escribí un cuento infantil porque los cuentos que encontraba no tenían lo que yo necesitaba mostrar a mis alumnos, ya salté a la cuerda, ya conseguí una brújula porque me pareció que con ver un dibujito no les iba a servir de nada, ya me disfracé para leer cuentos.

Sobre este último punto, declaro que no pienso dejar de hacer eso nunca, tenga la edad que tenga mi público. Todo empezó con un cuento sobre una bruja. Como, por suerte, es un colegio donde me permiten expresar mi personalidad libremente -y mi personalidad incluye un gusto por las brujas- decidí amenizar un poco. Y fue genial. Ahora el sombrero de bruja es un compañero más de la clase y lo usa la persona que está en uso de la palabra cuando tenemos conversaciones grupales.


Favoritismo
Lo siento mucho. Yo sé que todos idealizamos al buen docente como un ser imparcial que trata a todos por igual. Y así es. Así debe ser. Pero ninguno está hecho de piedra. A veces, en un grupo, hay alumnos que te conquistan con su personalidad y su ingenio y que se ganan un lugar especial en tu corazón. Eso no quiere decir que los vayamos a tratar de forma especial, sino que, simplemente, nos llaman la atención.

Y por supuesto que yo voy a hacer un lugar especial en mi corazón para algunos. Pasión, ¿recuerdan? Bueno, desde el primer día me llamaron mucho la atención unos hermanos (una niña y un niño, mellizos, ambos alumnos míos), por todo: su forma tan correcta de hablar, su vocabulario tan amplio para su edad, sus modales, su cultura general, su buen carácter, sus hábitos de higiene y su alimentación saludable. Al principio no los elogié a ellos, sino a sus padres, porque era evidente el buen trabajo que estaban haciendo. Pero, pasados unos días, me fueron mostrando su personalidad y vi que, si bien hay un buen trabajo de los padres, ellos son seres autónomos. Debo decir que, con el tiempo, desarrollé cierto apego por la niña, protagonista de anécdotas como la siguiente:

Actualización: tiene siete años.



La brecha generacional a veces no existe
Una cosa que me parece maravillosa es que justo esto haya sucedido en pleno auge de Pokémon GO. Si bien la mayoría de mis alumnos no juegan, tienen o hermanos mayores o padres que sí. Y, por alguna razón, están todos muy entusiasmados con el asunto. Eso ayudó muchísimo a tener tema de conversación y me hizo estudiar un poco de las más recientes generaciones de Pokémon, de las que ya no sabía nada.

Un día, un alumno me muestra un juguetito de Pikachu y me pregunta si sabía cómo se llamaba. Hice un esfuerzo interestelar para no responderle: “Pikillo, ese nio es de MI época. Hace 15 años mínimo que quiero ser Profesora Pokémon. ¿Vos cuándo empezaste a jugar, ayer? HE? HE? EJÚPY”. Pero me contuve y fue un muy lindo momento de conexión y de intereses en común.

Con esto y con las películas de animación, se confirma que las cosas “infantiles” no nos dejan de gustar nunca y que solo las reprimimos por hipócritas. Este trabajo me da la oportunidad de no tener que reprimir estos gustos jamás y, encima, que me sea útil.


Espiritu pyrague
Esto sí es algo muy feo. Algo que me saca de quicio todos los días y no sé todavía cómo encarar. Los niños tienen un profundo espíritu pyrague. Adoran chismosearme todo lo que los demás estaban haciendo cuando yo no los estaba mirando. “Profe, Fulanito le dijo ‘fea’ a Menganita”, “Profe, Menganita le dijo a Fulanito que se calle”. Noté que ellos creen que, por ser soplones, son mejores alumnos y que yo les voy a agradecer. Y habrá, quizás, adultos que les hacen sentir eso, pero a mí me molesta demasiado.

Sobre esta situación, tengo dos metas:
1. Intentar que sean menos soplones porque creo que genera más resentimientos que soluciones reales a los problemas.
2. Hacer un estudio psicológico y antropológico de si esta actitud se debe a la edad o si es más bien fruto de la crianza en una cultura pyrague.


Mi imagen alterada
Una cosa que no me agrada tanto es la obligatoriedad del maquillaje. Ya saben que pienso que los lugares de trabajo deberían enfocarse más en la capacidad que en la pinta, y que, de hecho, la diversidad de aspectos físicos es muy buena para educarnos a todos en respeto y tolerancia.

Sin embargo, tampoco me molesta tanto como habría pensado que me molestaría. Supongo que es porque son menos horas de trabajo por día y eso me hace menos resentida. Estoy aprendiendo a hacer un cat eye no tan torcido y probando distintos tonos de labiales rosados y anaranjados (porque el rojo es mi color de salida nocturna, y soy un poco pesada con separar ciertos aspectos de mi personalidad que no quiero llevar al trabajo). Después de varios años de andar a cara lavada porque no hay tiempo, ahora me anda pareciendo no tan desagradable maquillarme.

En cuanto a los alumnos, no tienen en general problemas con mi aspecto, hasta que dibujan. Aparentemente, hay un detalle que les molesta: mi pelo corto. En todos los dibujos, siempre me hacen con cabello largo. Puede ser que no tengan práctica de dibujar damas de otra manera, pero también puede ser que me dibujen como ellos quieren verme. Sospecho de lo segundo porque en un par de ocasiones ya me preguntaron si llegué o no a tener alguna vez el pelo largo y por qué me lo corté.


Soy la de la izquierda


Soy la de la derecha



Mi legado es innegable
Sí, me toca enseñar todas las materias básicas del ciclo: Comunicación, Matemática, Guaraní, Vida Social y Medio Natural. Pero como soy una fiel hija de Letras, no puedo conmigo.

¿Que toca hablar de la decena de mil? Cuento. ¿Separación de residuos? Cuento. ¿Planos y mapas? Cuento. ¿Pronunciación de digramas? Cuento, pero en guaraní. Si algo van a hacer mucho conmigo, es leer.

Y ¿saben qué? No tienen ningún problema con eso porque son lo máximo. Les encanta leer, tanto a los que ya lo hacen fluidamente como los que tienen dificultades, porque saben que la manera de mejorar es practicando y porque ven que leer no es simplemente unir letras, sino que es una puerta para enterarse de las cosas. Si puedo hacer que conserven el gusto por la lectura, me doy por satisfecha.

Seguro habrá más anécdotas e impresiones, millones más. No sé si valdrá la pena anotar y compartir cada una de ellas, pero estas, las primeras, me parecen muy importantes y entrañables, así que aquí quedan.