lunes, 25 de enero de 2016

Conocer al Marqués de Sade


Las chicas dicen que «las novelas románticas de la adolescencia son inolvidables». Dicen que colaboran en la construcción del concepto de la pareja ideal, y, no lo dicen, pero asumo, brindan interesantes ideas acerca de cómo sería la sexualidad a una edad en la que la curiosidad sexual empieza a ocasionar todo tipo de preguntas.

Reemplacemos "románticas" por "eróticas". Así como los cuentos de princesas que leen cuando son niñas generan expectativas idealizadas sobre la pareja ideal un rico príncipe—; las novelas adolescentes añaden más pistas sobre el sujeto en cuestión —un rico príncipe, de torso musculoso y abdominales marcados—. 

No sé realmente qué novelas románticas para adolescentes existían o estaban de moda en mi adolescencia. Supe que, terminando yo mi adolescencia, pegó muy fuerte Crepúsculo en las chicas un par de años menores que yo, por ejemplo. Pero en mi caso fue un poquito más intenso. Yo decidí ir al grano: cuando tuve curiosidad sexual, leí al Marqués de Sade. ¿Para qué conformarme con trailers si podía ver la película?

Y no sabía en lo que me estaba metiendo, en especial porque no tenía ninguna guía ni nadie a quien consultar sobre su experiencia con el Marqués antes de leerlo. Era ingenua y muy ignorante de los fundamentos teóricos del autor (pasaron diez años y sigo siendo ambas cosas), pero me tiré de cabeza igual. Y no me arrepiento.

La "novela romántica" que más me ha marcado posiblemente haya sido La filosofía en el tocador. Es la obra que, a mi parecer, resume fielmente la línea que sigue el Marqués de Sade en toda su obra, la más explícita (con Jusitne como fuerte competidora) y la que más abiertamente ataca al pensamiento conservador y clerical que tanto le agobiaba.

Con esta novela reforcé ideas progresistas y antirreligiosas que ya venían rondando mi mente hacía tiempo. Aprendí a fundamentar mejor mis pensamientos "rebeldes" y "chocantes" (a una edad en la que uno se regocija siendo, o pareciendo, lo más rebelde y chocante que pueda). Particularmente me ayudó a ser feliz en mi recientemente descubiertos ateísmo y bisexualidad, y me hizo ver que no le debía a nadie disculpas por ser como era. Ríanse lo que quieran, pero es uno de los pilares de mi autoestima adolescente.

El inconveniente fue que, por ingenua, terminé creyéndole todo. Me tragué muy literalmente todo el cuento de que el placer individual vale el sufrimiento ajeno. Vivía sin miedo de causar daño a nadie y creyendo que, cuando yo sufría, es porque mi inferioridad lo permitió y por eso lo merecía.

Afortunadamente, maduré y abandoné esa forma de pensar rápidamente, y me quedan los recuerdos de reafirmación adolescente que me dejó el haber leído estos textos rebeldes. Si cualquier chica adolescente me preguntara, yo le recomendaría plenamente que lea también al Marqués de Sade. Eso sí, no como yo, sino con alguien que las guíe y que les muestre que no hay que creer todo lo que una lee, y mucho menos durante la adolescencia, cuando es muy fácil creer todo aquello que te diga que el resto del mundo no existe.