viernes, 12 de octubre de 2012

Lecturas fallidas de la existencia

Literatura existencialista y una inmensa subjetividad
 

En alguna ocasión, yo había concluido que los protagonistas de mis novelas existencialistas favoritas eran un objeto de interés para mí porque por mucho tiempo me sentí identificada con ellos. Al ver sus reacciones pasivas e indolentes ante todo lo que ocurría a su alrededor, sentía que esas serían las mismas respuestas que yo tendría ante situaciones similares.


Tiempo después, volví a reflexionar sobre estos personajes tan fascinantes y descubrí que, en realidad, eran muy diferentes a mí. Lo que yo anhelaba era ser como ellos: vivir con la certeza de que toda mi existencia en unos millones de años no tendría relevancia alguna. Ni la mía ni la de ningún otro ser humano. Quería ser como ellos aunque sabía que jamás podría. Realmente me esforcé por ser así, pero al poco tiempo noté que todo ese esfuerzo no daba resultados. 


Ellos no sufren, y es posible que por eso mismo me atrajera la idea de ser uno de ellos: siempre buscamos eludir el sufrimiento. Pero, importante detalle, lo que en ese momento no supe ver es que tampoco son felices, pues son indiferentes a todo. ¿Cómo es posible, entonces, ser como ellos, cuando se posee una sensibilidad que percibe tanto dichas como penas de manera extrema? Sencillo: no es posible.
 

Con estas conclusiones me quedé, unas conclusiones surgidas de una suerte de ingenuidad literaria, de un análisis inmaduro, fruto de la fuerte tendencia a dejar que las emociones nublen la búsqueda de la visión global de un texto (o, en este caso, varios textos). 


Lo que me atrevo a afirmar, sin intromisión (al menos sin tanta) de mi sangre ferviente, es que mis fascinantes y queridos personajes son, sí, indiferentes, pero lo más probable es que estén dibujados de modo exagerado para que representen no a un ser humano completamente insensible, sino a una humanidad hostil que a diario se aniquila a sí misma sin notarlo o sin que le importe. 


Como es natural, una mejor apreciación de una obra se obtiene tras cada nueva lectura que se le dé, y cada nueva apreciación es capaz de poner en ridículo a la que le precede. Por lo tanto, resulta gracioso recordar todas las ideas que alguna vez pude tener sobre algún aspecto de los textos -en esta ocasión, los protagonistas- y replanteármelas cada tanto, pues así como efectivamente aprendo de modo inagotable acerca de los personajes de mi fascinación, aprendo también de modo inagotable acerca de mí misma.