Literatura existencialista y una inmensa subjetividad
En alguna ocasión, yo había concluido que los protagonistas de mis
novelas existencialistas favoritas eran un objeto de interés para mí
porque por mucho tiempo me sentí identificada con ellos. Al ver sus
reacciones pasivas e indolentes ante todo lo que ocurría a su
alrededor, sentía que esas serían las mismas respuestas que yo tendría
ante situaciones similares.
Tiempo después, volví a
reflexionar sobre estos personajes tan fascinantes y descubrí que, en
realidad, eran muy diferentes a mí. Lo que yo anhelaba era ser como
ellos: vivir con la certeza de que toda mi existencia en unos millones
de años no tendría relevancia alguna. Ni la mía ni la de ningún otro ser
humano. Quería ser como ellos aunque sabía que jamás podría. Realmente
me esforcé por ser así, pero al poco tiempo noté que todo ese esfuerzo
no daba resultados.
Ellos no sufren, y es posible que por
eso mismo me atrajera la idea de ser uno de ellos: siempre buscamos
eludir el sufrimiento. Pero, importante detalle, lo que en ese momento
no supe ver es que tampoco son felices, pues son indiferentes a todo.
¿Cómo es posible, entonces, ser como ellos, cuando se posee una
sensibilidad que percibe tanto dichas como penas de manera extrema? Sencillo: no es posible.
Con estas conclusiones me quedé,
unas conclusiones surgidas de una suerte de ingenuidad literaria, de un
análisis inmaduro, fruto de la fuerte tendencia a dejar que las
emociones nublen la búsqueda de la visión global de un texto (o, en este
caso, varios textos).
Lo que me atrevo a afirmar, sin
intromisión (al menos sin tanta) de mi sangre ferviente, es que mis
fascinantes y queridos personajes son, sí, indiferentes, pero lo más
probable es que estén dibujados de modo exagerado para que representen
no a un ser humano completamente insensible, sino a una humanidad hostil
que a diario se aniquila a sí misma sin notarlo o sin que le importe.
Como
es natural, una mejor apreciación de una obra se obtiene tras cada
nueva lectura que se le dé, y cada nueva apreciación es capaz de poner
en ridículo a la que le precede. Por lo tanto, resulta gracioso recordar
todas las ideas que alguna vez pude tener sobre algún aspecto de los
textos -en esta ocasión, los protagonistas- y replanteármelas cada
tanto, pues así como efectivamente aprendo de modo inagotable acerca de
los personajes de mi fascinación, aprendo también de modo inagotable acerca de
mí misma.